Cuando
se pasa el plato de la ofrenda, ¿apoya usted con entusiasmo la obra de Dios, o
es un dador reacio? Así como nuestro Padre celestial quiere que tengamos fe,
sabiduría y amor, también desea que abundemos en gracia y gozosa generosidad (2 Co 8.7; 9.7).
Todos
podríamos aprender de los cristianos macedonios de la época de Pablo. A pesar
de su pobreza, rogaron por el privilegio de satisfacer las necesidades de la
iglesia en Jerusalén (2 Co 8.4). Es evidente que veían la ofrenda semanal
de la manera que Dios la ve, es decir, no como un evento separado del servicio
de adoración, sino como una parte esencial de servir a Cristo.
Para
muchos creyentes, el diezmo ha sido visto como el estándar para dar. Este
concepto se originó en el Antiguo Testamento cuando Abraham le dio a
Melquisedec una décima parte del botín de la batalla (Gn 14.18-20). El diezmo, que era un requisito de
Dios para los israelitas, era como un impuesto nacional. En realidad, la nación
tenía tres diezmos: uno para el sostén de los sacerdotes y los levitas (Nm 18.24), uno para el templo y las fiestas (Dt 14.22-27), y otro que se daba cada tres años para
ayudar a los pobres (Dt 14.28, 29). Hoy, esto sería equivalente a
nuestras ofrendas, que sirven para pagar el salario de los pastores y del
personal de la iglesia, proveer para el ministerio y el mantenimiento de la
iglesia, y ayudar a los necesitados.
Abundar
en generosidad es diferente para cada persona. Lo importante es que el dar sea
algo voluntario (2 Co 8.8), basado en el ejemplo de Cristo (2 Co 8.9), motivado por el deseo de dar (2 Co 8.10) y determinado por lo que uno tiene (2 Co 8.12). Al entregarnos de lleno al Señor,
nuestra generosidad se desbordará.
Biblia en un año: Malaquías 1-4
Fuente: Dr. Charles Stanley
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