Romanos 6.15-23
Si
la mayoría de los creyentes fueran sinceros, dirían que sus vidas tienen poco
en común con la vida espiritual descrita en la Biblia. Luchan una y otra vez
con los mismos pecados, sienten que Dios rara vez responde a sus oraciones, y
se preguntan por qué no les ha concedido los deseos de su corazón. ¿Cómo es
posible?
El
problema puede ser la falta de sumisión a Jesucristo. Las personas a menudo
quieren el perdón de sus pecados y la promesa del cielo, pero no están
dispuestas a someterse al señorío del Señor. Por tanto, están desconectadas de
lo que quiere hacer en sus vidas. Al rehusarse a someterse, pierden las
bendiciones que reciben quienes lo conocen como Señor y Salvador.
Como
dice el pasaje de hoy: “Si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerle,
sois esclavos de aquel a quien obedecéis, sea del pecado para muerte, o sea de
la obediencia para justicia” (Ro 6.16). Aunque nos desagrada mucho el concepto de
esclavitud, esa es la realidad de cada persona que entra en el mundo: todos
nacemos como esclavos del pecado. Sin embargo, esa no tiene que ser la última
palabra. Cualquiera que se vuelve a Cristo en arrepentimiento y fe es liberado.
No se trata de una libertad para hacer solo lo que queramos. De hecho, hacerlo
nos llevaría de manera natural al antiguo amo esclavista del pecado.
Evitar
la sumisión a Dios resulta en bendiciones perdidas, valiéndonos de nuestras
capacidades. La libertad verdadera y la bendición se encuentran solo en ser
siervos del Señor, quien siempre es bueno, sabio y misericordioso. En la
obediencia a su voluntad encontramos libertad del pecado, respuestas a las
oraciones y deseos nuevos, producto de un corazón transformado.
Biblia en un año: Jeremías 51-52
Fuente: Dr. Charles Stanley
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