La idea del sacrificio personal va en contra de los valores de nuestra cultura. Mensajes sutiles y no tan sutiles nos dicen que nos pongamos en primer lugar, que exijamos nuestros derechos, y que determinemos nuestro camino. Pero Dios llama a su pueblo a ofrecerse en un altar como sacrificio vivo. En otras palabras, debemos separarnos del mundo y entregarnos al Señor para cumplir su voluntad.
Considerando todo lo que Dios ha hecho por nosotros en Cristo, nuestra reacción debe ser sumisión intencional y voluntaria. Nos damos sin reserva y le entregamos el control de nuestra vida a Aquel que nos ha colmado de compasión y misericordia, al salvar nuestra alma de las garras del pecado. Adondequiera que nos envíe, vamos; todo lo que nos pida, lo hacemos; y todo lo que quiera, lo deseamos.
Esta no es una decisión que tomemos en una ocasión y que fije el curso de nuestra vida para siempre; más bien, es una rendición diaria a su voluntad. En cada momento, tenemos la opción de quejarnos de nuestra situación o de reconocer el derecho de Dios de tener el control.
Como creyentes, debemos recordar que no hay mejor opción que confiar de todo corazón en nuestro Dios, quien tiene conocimiento infinito, amor inagotable y poder ilimitado. Confiar en nuestra comprensión limitada, nuestros intereses y en la fragilidad humana tendrá graves consecuencias.
Volverse un sacrificio vivo para el Señor no solo es un deber, también es un privilegio. Si nos rendimos por completo al Padre celestial, nos transformará a la imagen de su Hijo, nos usará para impulsar su reino y nos bendecirá con el fruto del Espíritu Santo.
Biblia en un año: Lamentaciones 1-2
Dr. Charles Stanley
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