¿Por
qué cree que Dios le ha dejado en este mundo, en vez de llevarle al cielo en el
momento que fue salvo? Piense en todas las dificultades y penas de las que
habría escapado. Imagínese las alegrías que estaría experimentando con Cristo
en el cielo. Pero, por otro lado, ¿quién estaría aquí para hablarles a otros
del evangelio de salvación si todos los creyentes fueran sacados de este mundo?
Si
vive y respira, entonces el Padre celestial tiene un plan para usted, un
ministerio que cumplir. No piense en el ministerio como algo que solo un grupo
selecto de personas hace en el edificio de una iglesia. El servicio a Dios es
responsabilidad de cada creyente. Consiste en hacer las “buenas obras, las
cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas” (Ef 2.10).
Aunque
la manera en que servimos puede cambiar con el tiempo, nunca se nos llama a no
hacer nada. Incluso un cristiano enfermo en cama puede orar por otros u ofrecer
palabras de aliento a los visitantes y a quienes lo cuidan. La meta del
creyente no debe ser solo asistir a la iglesia, escuchar un sermón y recibir
alimento espiritual para la semana. La meta es servir a Dios con todo nuestro
ser, al reflejar el amor de Cristo a través de lo que somos. Nuestra adoración
a Dios y la instrucción de su Palabra es lo que nos edifica y dota para
servirnos unos a otros e ir al mundo a compartir el evangelio.
Toda
su vida ha sido concebida para ser un acto de servicio a Dios. Si, por el
contrario, vive para su propia felicidad y objetivos, terminará sintiéndose
decepcionado. Mientras que al andar en las buenas obras que Dios ha preparado
para usted, tendrá la satisfacción de hacer justo aquello para lo cual fue
creado.
Biblia en un año: Isaías 40-42
Fuente: Dr. Charles Stanley
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