¿Alguna vez ha tratado de ignorar la convicción del Espíritu Santo? Tal vez justificó sus malas acciones con la idea de que si Dios de verdad estuviera molesto, le habría detenido por medio de un castigo. El Salmo 50.21 nos recuerda que el silencio del cielo no significa aprobación. Permanecer en el pecado es abusar de la paciencia del Señor.
Cuando Dios pareciera no reaccionar, podríamos pensar que está pasando por alto nuestras transgresiones; nos gustaría continuar en el pecado porque el placer momentáneo es más atractivo que la obediencia. Pero el Señor conoce nuestras debilidades, nuestra carnalidad innata y el estado de nuestro crecimiento espiritual; por tanto, es mesurado en su respuesta. Motivado por el amor y el deseo de restaurar a sus hijos, el Padre celestial se abstiene de castigar al instante. En vez de eso, espera que los impulsos del Espíritu Santo impacten el corazón del creyente. El peso de la convicción de pecado es una invitación a pasar de la conducta pecaminosa al comportamiento piadoso.
Pero somos gente testaruda. Hay momentos en que persistimos en el pecado porque la sentencia contra una mala acción no se ejecuta enseguida (Ecl 8.11). En esta peligrosa situación es posible sumergirnos en el pecado y endurecer nuestro corazón contra el Señor. Por tanto, el llamado del Espíritu Santo al arrepentimiento cae en oídos espirituales que se vuelven sordos con rapidez.
A medida que aprendemos y entendemos más acerca de Dios y sus caminos, somos cada vez más responsables de vivir con rectitud. Nuestro Padre celestial no es lento; es paciente. Pero no abuse de esa paciencia. Arrepiéntase y viva en santidad delante del Señor.
Biblia en un año: Jeremías 33-36
Fuente: Dr. Charles Stanley
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