Colosenses 3.23, 24
Ya
sea en el lugar de trabajo o en otra parte, el desánimo puede mermar la energía
y la productividad. Para disminuir su efecto paralizante, los creyentes debemos
aprender a detectar sus fuentes y síntomas. Examinemos algunas causas externas:
Las frustraciones sin resolver. Esto podría ser el
resultado de decepciones causadas por nuestras expectativas fallidas o las de
otros.
La crítica constante. Las descalificaciones de los demás pueden hacernos
pensar que hay algo mal en
nosotros. Sin embargo, a menos que Dios nos indique que tales
comentarios son justos, debemos ignorarlos.
El sentir que nadie nos presta atención. Lo cual puede
hacernos sentir rechazados.
El sentir que nuestro esfuerzo no es apreciado. A veces
estamos tan entregados a nuestro trabajo, que el hecho de que alguien no
reconozca nuestros esfuerzos puede parecernos un desaire personal.
Un ambiente negativo de trabajo. Muchos creyentes
disfrutan lo que hacen, pero detectan que sus compañeros de trabajo son
crueles, amargados o reacios a reconocer el tiempo invertido, la energía o la
creatividad de otros. Esto puede hacer muy difícil el sentirse motivado a la
hora de ir a trabajar todos los días.
Falta de oportunidades para destacar. Un trabajo que no
haga el mejor uso de sus dones y sus destrezas puede agotar a la persona. Lo
mismo puede decirse de jefes inflexibles que limiten la libertad de innovación.
A
menudo, son las personas que vemos todos los días las que parecen tener el
mayor poder para desanimarnos. Vuelva a leer la lista. ¿Alguno de los escenarios
anteriores le suena familiar? Si es así, pídale a Dios fuerzas para enfrentar
con confianza y gracia renovadas estos desalentadores externos.
Biblia en un año: Jeremías 18-21
Fuentes: Dr. Charles Stanley
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