Cuando
observamos la condición pecaminosa de nuestra nación, reconocemos sin vacilar
la necesidad de un cambio; sin embargo, la solución bíblica para nuestra
situación es sorprendente. En su primera carta a Timoteo, el apóstol Pablo
pidió a su discípulo que fijara algunas prioridades en la Iglesia, entre ellas
la oración “por gobernantes y por todas las autoridades” (2.2 NVI). Nuestras peticiones nos ayudan a tener una
vida tranquila y consagrada y, por tanto, brinda oportunidades para hablar a
otros acerca del Salvador (vv. 2-4)
.
El
apóstol Pablo nunca le habría dado esta instrucción a Timoteo si no creyera que
las oraciones de la Iglesia ayudaban a lograr los planes de Dios para la
nación. El problema no se trata de la promesa o del poder del Señor, sino de
nuestra duda. Al enfocarnos en la magnitud de los problemas o en el poder de
los gobernantes, perdemos de vista a nuestro Dios soberano, que escucha
nuestras súplicas por su divina intervención.
Los
poderes políticos y la legislación no se determinan en última instancia en las
salas de conferencias ni en cámaras de gobiernos, sino en los lugares
reservados para la oración. Las voces que dan forma a la dirección de una
nación no son siempre las que resuenan en los pasillos legislativos, sino las
que se acercan al trono del Padre celestial con fe (He 4.16). Mientras la Iglesia crea y ore, el Señor
responderá.
Si
bien Dios puede cambiar un país, usted se preguntará por qué ha esperado tanto
tiempo. Pero es probable que Él ya esté trabajando de maneras que no
reconocemos ni entendemos. Toda autoridad en la Tierra puede ser tocada por el
poder de la oración si estamos dispuestos a pedir y creerle a Dios.
Biblia en un año: Isaías 15-18
Fuente: Dr. Charles Stanley
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