La
vida es como una escalera que subimos hasta el día que morimos. Sería una pena
si nos detuviéramos y nunca progresáramos. Pero podría ser aún más desastroso
si colocáramos nuestra escalera en la pared equivocada y después de toda una
vida escalando descubriéramos que hemos perdido los años que nos fueron dados.
Nicodemo
pudo haberse sentido así después de hablar con el Señor. Había llegado a lo más
prestigioso del judaísmo, y era conocido como “el maestro de Israel” (Juan 3.10). Sin embargo, el Señor le dijo que vería
el reino de Dios solo si nacía de nuevo. Todas sus buenas obras, sus amplios
conocimientos y sus grandes logros no servían de nada. Nicodemo se dio cuenta
de inmediato de que, así como no había hecho nada para provocar su primer
nacimiento, tampoco podía hacer nada para volver a nacer. Sus esperanzas de
vida eterna se desvanecieron.
Antes
de que Nicodemo estuviera listo para escuchar la buena nueva, tenía que
vaciarse de la confianza en sí mismo y de sus logros para reconocer su
necesidad de un Salvador. Su escalera se vino abajo, y tenía que nacer del
Espíritu si esperaba alcanzar el reino de los cielos.
¿Dónde
ha colocado usted su escalera? ¿Le ha vaciado Dios para poder llenarle de
nuevo? Aunque no hay nada que podamos hacer para nacer de nuevo —ninguna buena
obra o servicio religioso— hay algo que podemos creer. Dios quiere que veamos
su santidad y nos demos cuenta de lo lejos que estamos de su estándar perfecto.
Entonces, si venimos quebrantados y contritos a Cristo, con fe en que su muerte
pagó la deuda de nuestro pecado, naceremos de nuevo y un día veremos el reino
de los cielos.
Biblia en un año: Daniel 3-4
Fuente: Dr. Charles Stanley