Lucas 6.31-36
Hoy
en día es común tener una visión simplista de Cristo, incluso para los
creyentes, si estos no están bien familiarizados con las Sagradas Escrituras.
Muchos cristianos que afirman: “Solo quiero amar como Cristo”, no tienen idea
de lo que eso implica.
Algo
que Cristo requiere de sus seguidores es el amor abnegado hacia quienes les
tratan mal: “Porque él es benigno con los ingratos y malos” (Lc 6.35). En esencia, el Señor nos pide que tengamos
con los demás la misma misericordia que tiene para con nosotros.
Misericordia
no es solo sentir lástima; significa actuar con compasión. En vez de solo
simpatizar con nosotros, Dios hizo algo en cuanto a nuestra condición
desesperada: envió a su Hijo para salvarnos del pecado y de sus horrendas
consecuencias. Aunque no podemos salvar a nadie siendo misericordiosos, podemos
demostrar la bondad de Dios a los demás a pesar de cómo nos traten.
Ser
misericordiosos con quienes no lo merecen es contrario a nuestras inclinaciones
naturales y solo es posible por medio del poder del Espíritu Santo en nosotros.
Lo que queremos, por naturaleza, es que se haga justicia. Extender misericordia
parece decir que el agravio no fue muy malo; pero esto es una mala
interpretación del significado de la palabra, pues la misericordia es un regalo
que podemos ofrecer de la misma manera en que la recibimos sin merecerla.
Cuando
usted es misericordioso, está dando a otros lo que Dios le ha dado. ¿No se
alegra de que Él no castigue de inmediato cada pecado que usted comete?
Recuerde, entonces, que Dios quiere que le confíe todas sus heridas. Y también
quiere que trate a los demás (incluso a sus enemigos) como quiere usted ser
tratado —con misericordia.
Fuente: Dr. Charles Stanley