¿No le parece interesante el hecho de que los niños pequeños no guarden
rencor? Pueden llorar y patalear, pero una vez que su enojo ha sido desahogado,
lo olvidan. Los adultos, sin embargo, tendemos a aferrarnos a los agravios.
Cuando alguien nos hiere, queremos que pague por lo que ha hecho, que sufra
como nosotros. Parece justo esperar una restitución de algún tipo, y a menos
que eso ocurra, nos negamos a perdonar.
Sin embargo, como cristianos, somos llamados a tener un estándar y manera de
pensar diferente, acorde con el carácter de Dios. Él es un Padre misericordioso
que quiere que sus hijos sean misericordiosos con los demás (Lc
6.36). La vida de su Hijo
en este mundo lo demostró. Mientras Cristo colgaba en la cruz, oró por aquellos
que lo crucificaron: “Padre, perdónalos; porque no saben lo que hacen” (Lc
23.34). Dios espera que
perdonemos al igual que el Señor, sin importar las circunstancias.
Este mandamiento parece imposible de cumplir hasta que empezamos a
comprender la magnitud de lo que sucedió en la cruz. La muerte de Cristo nos
hizo beneficiarios de una misericordia tan grande que desafía la comprensión.
El Salvador tomó todo nuestro pecado y murió en nuestro lugar. Experimentó el
derramamiento de la ira de Dios para que pudiéramos ser perdonados y
reconciliados con el Padre. Aunque merecemos la condenación, por medio de
Jesucristo hemos recibido la misericordia de Dios.
Ahora, como nuevas criaturas en Cristo, tenemos el poder del Espíritu Santo
que mora en nosotros para perdonar y extender misericordia a los demás, así
como Dios ha sido misericordioso.
Biblia en un año:
Eclesiastés
1-4
Fuente: Dr. Charles Stanley
0 comentarios:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.