La ira es una emoción poderosa que a menudo causa daño, aunque también puede
ser justa. En Isaías
64.9 (LBLA), el profeta
ora, diciendo: “No te enojes en exceso, Señor”. Este versículo implica que Dios
mide su ira de una manera que se ajusta a cada situación. El pasaje de hoy nos
enseña que el Señor también espera que aprendamos a controlar nuestra ira para
que esta sea adecuada y no nos lleve a pecar.
Hay una línea que no debemos cruzar si queremos evitar la ira pecaminosa. Es
obvio que aquí no están incluidos el abuso verbal y la violencia física, pero
la ira puede conducir a otros pecados que son igual de letales. Hemos cruzado
la línea cuando observamos lo siguiente en nuestra vida:
Peleas.
Proverbios
29.22 (NVI) dice: “El hombre
iracundo provoca peleas”. Aunque las peleas pueden tomar muchas formas, siempre
hacen que una persona se enfrente a otra.
Ira. Salmo
30.5 dice que la ira del
Señor es por un momento, y Efesios
4.26 nos advierte en contra
de irnos a la cama enojados hasta el día siguiente. El enojo envenena, y luego
conduce a la ira.
Aislamiento.
El abrigar ira nos separa de las personas. Proverbios
16.28 dice que “el chismoso
separa a los mejores amigos”.
Venganza.
Romanos
12.19 (LBLA) se refiere a
esto: “Amado, nunca os venguéis vosotros mismos, sino dad lugar a la ira de
Dios”.
¿Qué debe hacer si reconoce alguna de estas cosas en su vida? El primer paso
es confesarla como pecado, y hacer el esfuerzo firme de apartarse de él. Cada
vez que surja en usted un pensamiento airado, arrepiéntase y entrégueselo al
Señor.
Biblia
en un año: Esdras
5-7
Fuente: Dr. Charles Stanley
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