La gente se inquieta por todo, desde su seguridad en el empleo, hasta las
elecciones. Para muchas personas, y tal vez usted sea una de ellas, la ansiedad
está tan estrechamente entretejida en su vida, que han aprendido a vivir con
ella cada día.
Tratamos la ansiedad como una emoción inofensiva, cuando en realidad puede
ser perjudicial. La preocupación oscurece nuestra manera de pensar, divide
nuestra atención y nos priva de concentración. Para complicar las cosas, el
cuerpo puede reaccionar a la presión prolongada sobre la mente. El estrés puede
manifestarse físicamente mediante dolores de cabeza, hipertensión, e incluso
ataques al corazón.
Tener una vida de agotamiento físico y mental no es lo que el Señor desea
para nosotros. El reto que tenemos es llevar cautivos todos los pensamientos de
ansiedad (2 Co
10.5) y sustituirlos por
los que agradan a Dios, para pensar en lo puro, justo y bueno.
La mejor manera de deshacernos de la preocupación es sustituyéndola con algo
positivo, con las Sagradas Escrituras en nuestra mente. Dios tiene algo que
decir en cuanto a todo lo que nos preocupa. ¿Se siente débil o incompetente?
“Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Fil
4.13). ¿Teme que su cheque
del sueldo no le alcance para la renta, la ropa y la comida de este mes? “No os
afanéis … vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas
cosas” (Mt
6.31, 32).
Jesús dijo que el afán no aporta nada (Mt
6.27). De hecho, perdemos
tiempo y energías pensando en las preocupaciones, en vez de robustecer nuestra
confianza en el Señor.
Biblia en un año:
Hechos
1-2
Fuente: www.encontacto.org
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