Toda
persona experimenta tentaciones, no importa qué tan espiritual sea o cuánto
tiempo haya seguido a Cristo. A veces, esta experiencia es como un débil
susurro; en otras ocasiones, es como un grito insoportable en la mente. Pero no
importa cómo suene, usted sabe exactamente lo que se siente ser tentado.
La
tentación es simplemente la incitación a llevar un deseo dado por Dios, más
allá de los límites dados por Él. Muchas personas rechazan esta idea; se niegan
a creer que las incitaciones que producen sentimientos de culpa tengan que ver
remotamente con el Señor. Pero, piense en esto: ¿De qué manera se siente
tentado con mayor frecuencia? ¿En lo material? ¿En lo sexual? ¿En desear estar
rodeado de ciertas personas? ¿En comer? Todas estas son cosas que Dios no
solamente creó, sino que también utiliza para bendecir a los suyos. El problema
viene cuando nosotros —que todavía tenemos una naturaleza carnal— llevamos
estos impulsos más allá de los límites sanos que Dios ha fijado para nuestra
vida.
Por
ejemplo, Él creó el sexo para el disfrute dentro de la relación matrimonial.
Pero cuando este deseo divinamente aprobado es corrompido por la intimidad
física fuera del matrimonio, entonces lo que el Creador diseñó se convierte en
una fuente de culpa y vergüenza. Eso no fue lo que Dios diseñó.
Una de las
principales estrategias del enemigo es distorsionar los impulsos dados por
Dios. Pero usted puede frustrar ese ataque: recuérdese a sí mismo de dónde
surgió el impulso, y luego pídale a Dios fortaleza para utilizarlo para su
gloria, tal como fue la intención de Él.
Biblia en
un año: Salmos 145-150
Fuente:
www.encontacto.org