Un extraño en el Día de Acción de Gracias
por Suzanne Lesser
Al abrir su hogar y su mesa en este día, es posible que usted esté abriendo un corazón que ha estado cerrado por mucho tiempo.
El desconocido anciano estaba llegando a la puerta de mi casa con pasos vacilantes y cuidadosos. Mi madre iba detrás de él, ayudándolo a recorrer el estrecho espacio.
Era el Día de Acción de Gracias, y yo quería que nos acompañaran algunas personas que, de otro modo, lo pasarían solas. Cuando le pedí a mi madre que invitara a alguien de la casa para ancianos —donde ella sirve como voluntaria— pensé que traería a un par de encantadoras señoras. En vez de eso, era Peter, a quien yo no conocía, el que estaba subiendo los escalones.
Pronto comencé a preocuparme. Peter no había sonreído ni una sola vez y estaba en una condición muy frágil. Sin embargo, había algo más —Peter no era cristiano. Mamá me había contado que le había compartido el evangelio, pero él no podía aceptar que Jesús fuera el Hijo de Dios. Eso significaba que ni siquiera tendríamos el tema de la fe para entablar una conversación.
No obstante, algunas de mis preocupaciones eran infundadas. Peter no tuvo ningún problema en disfrutar de la comida o de contar relatos acerca de la II Guerra Mundial. Pero, tal como yo había anticipado, Peter no era un conversador cordial.
Pronto descubrimos la razón. La vida personal de Peter no había sido fácil: su matrimonio terminó en divorcio; su única hija había roto todo contacto con él; y no tenía más familiares. Pero, lo peor de todo era que estaba muriendo lentamente de una grave enfermedad.

Después de la cena, nos fuimos a la sala para dar gracias a Dios por sus bendiciones durante el año, pero me preguntaba cómo afectaría la presencia de Peter nuestra reunión.
Cuando llegó mi turno, traté de ser prudente con mis comentarios para no afligir a nuestro invitado, pero el resto de la familia parecía hablar sin ninguna inhibición. Luego le llegó el turno a Peter. Y me sorprendí al descubrir que era mucho lo que él tenía que contar.
Por el tiempo que había estado en el ejército, la asociación de veteranos le proveía atención médica. Vivía en unas instalaciones muy buenas durante estos últimos años de su vida. El personal de la institución era amable con él y, para terminar, estaba agradecido de lo bondadoso que Dios había sido con él.
Un par de meses después, recibimos una nota de Peter, dándonos las gracias por haberlo incluido en nuestra celebración familiar. Aunque no entró en detalles, dijo que había dejado de creer en Dios desde hacía mucho tiempo, pero ahora estaba comenzando a reevaluar sus creencias.
Tal vez tuvimos un papel en el cambio de actitud de Peter. Pero sea que lo hayamos tenido o no, lo que sí estuvo claro fue que abrir nuestro hogar bendijo la vida de aquel extraño en ese Día de Acción de Gracias. Y si Dios sigue atrayendo a Peter a la fe en Cristo, tal vez nuestra hospitalidad habrá sido un peldaño en su camino al cielo, donde la acción de gracias nunca termina.
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