El Costo de la Ira
La Biblia no solamente contiene muchas pruebas infalibles que testifican acerca de su inspiración divina, sino también ofrece muchos mandamientos prácticos que son beneficiosos para la salud y bienestar general de todo ser humano. Uno de estos mandamientos prácticos es encontrado en Santiago 1:19,20: “Por esto, mis amados hermanos, todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para airarse; porque la ira del hombre no obra la justicia de Dios”.
Comenzando con el homicida cruel Caín, y por toda la Biblia, vemos los efectos negativos de la ira humana. El libro de Proverbios está lleno de comentarios preventivos acerca de controlar la ira y evitar a los hombres habitualmente enfadados. Interesantemente, la profesión médica moderna ha contribuido a la discusión acerca de la ira. En su libro que estimula al pensamiento, titulado None of These Diseases (Ninguna de Estas Enfermedades), los médicos S.I. McMillen y David E. Stern sacaron a la luz el hecho—bien conocido en la comunidad médica—que la ira habitual no solamente es destructiva, sino también tiene el potencial de matar. En la página 205 del libro, ellos citaron a los doctores Redford Williams y Virginia Williams; “Por ejemplo, enojarse [habitualmente] es como tomar cada día de su vida una dosis pequeña de algo de arsénico venenoso de efecto lento”. Luego, en el capítulo titulado “Danger—Anger” (“Enojo—Peligroso”), McMillen y Stern mencionaron un estudio llevado a cabo en 1981 acerca del nivel de hostilidad de 255 estudiantes de medicina. De aquellos a quienes se les descubrió un alto nivel de hostilidad, el 13 por ciento murió a una edad media. De aquellos con un nivel bajo de hostilidad, solamente el 2 por ciento murió a edad media.
Desde luego, la ira en, y por sí misma, en ciertas proporciones, no es necesariamente destructiva. Incluso Jesús, en ocasiones, se enojó (Marcos 3:5). Sin embargo, la actitud incontrolada de “descargar nuestros sentimientos de ira” no obra la justicia de Dios. En cambio, esta guía solamente al comportamiento destructivo y pecaminoso que afecta negativamente el cuerpo y el alma. Ciertamente, el escritor de Proverbios lo expresó elocuentemente cuando escribió: “Mejor es el que tarda en airarse que el fuerte; Y el que se enseñorea de su espíritu, que el que toma una ciudad” (16:32).
REFERENCIAS
McMillen, S.I. y David Stern (2000), None of These Diseases (Grand Rapids, MI: Revell), third edition.
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