12 nov 2014

Posted by Refrigerio Bíblico | 06:09 | No comments

Comida para el humilde
por Cameron Lawrence


No podía verlo venir, en parte por la oscuridad, pero sobre todo porque estaba dormido. Las manos mordisqueadas de una muñeca de bebé aterrizaron directo en mi mejilla. Eso hizo que despertara con un salto en la cama, y que la muñeca cayera en el piso.
“Papi, ya es de mañana”.
“Es muy temprano”, le dije, y me di vuelta en la dirección contraria. “Deberías estar durmiendo”.
Sentí que el colchón se hundía cuando ella subía, y luego una de sus rodillas en mis costillas, mientras gateaba sobre mí. Le di algunas de las frazadas, y le pedí a Dios que mi hija se durmiera. Justo cuando finalmente me había escapado de ella, sentí unos deditos en mi nariz. Era otra vez la muñeca. Le di un manotazo. . . como quien le pega a una mosca. Entonces suspiré, y le dije: “Está bien. Ya estoy levantado”.
Unos momentos más tarde, estábamos en la cocina, con la rutina de siempre —sacando utensilios del lavaplatos. Fue entonces cuando ella habló con un tono que ninguna niña de tres años de edad debería usar con su padre.
“¡Papi, quiero mi desayuno!”


Comida para el humilde
Los expertos le dirán que los buenos padres modelan el comportamiento que desean ver en sus hijos. Por tanto, mi esposa y yo siempre hemos puesto empeño en ser corteses, diciéndonos “por favor” y “gracias” con sinceridad. ¿Cómo era que habíamos llegado a tener una niña que acababa de hablarme como una arrogante adolescente?
“Perdón, ¿qué dijiste?”. “¿Puedes decir: ‘Por favor, papi, ¿puedes darme el desayuno?’”
Hizo una pausa para pensar en lo que le acababa de decir, y su respuesta fue un descortés “No”.
“Quiero que mami me dé mi cereal”. Y después de decir aquello, se dirigió a la otra habitación para buscar a mi esposa —quien lo había escuchado todo— y recibir la respuesta que no quería: “Si quieres el desayuno, tienes que pedírselo a papi amablemente”.
Yo estaba en la mesa comiendo cuando regresó. “¿Seguro que no quieres un poco?”
Ella me miró fijamente, no dijo nada, y se fue a jugar.
Comida para el humilde
Lo que usted no sabe sobre mi hija es que, para ella, el desayuno está entre los placeres más grandes de su vida. Cada noche, después de leerle, cantar y orar juntos, me detiene antes de que yo salga de su habitación para decirme suavemente: “Papi, en la mañana, quiero granola, yogur y fresas en el desayuno”.
Noche tras noche, es lo mismo. El menú cambia, pero el desayuno está siempre en su mente —incluso mientras bosteza, sostiene apretadamente su muñeca y se queda dormida.
Tal vez no le di suficiente comida en la cena, pensaba al principio. Pero finalmente me di cuenta de lo que realmente le gustaba más del desayuno, que era que pasábamos tiempo juntos, nosotros solos, mientras que su mamá y sus dos hermanas bebés aún dormían. Disfrutaba de la atención y el afecto de su padre. Por eso, cuando no desayunó ese día, se trató más que de la falta de una comida —eso estaba diciendo “no” a una relación. Pude ver que ella estaba atravesando un conflicto. Pero cuando sucedió lo mismo la mañana siguiente, y después la otra, me asombró ver el orgullo que había en ese corazón de tres años.
Ahí, pues, estaba yo, un padre que solo quería dar a su niña algo bueno y nutritivo. El hecho de que yo quisiera que ella dijera “por favor”, al pedirme lo que legítimamente podía esperar que yo le diera, no se trataba de hacerle pagar un precio o de alimentarle el ego. Era un momento de enseñanza para el futuro, el cultivo de su corazón en cuanto a la gratitud y la humildad.
Comida para el humilde
La gente suele decir que convertirse en padre nos enseña mucho acerca de Dios, pero más que todo, nos enseña a ver la vida desde su perspectiva. Por supuesto, ¿quién conoce la mente de Dios? Sin embargo, al pensar en esto, no pude evitar evaluar mi propio corazón. ¿Con qué frecuencia había dejado que el orgullo estorbara mi crecimiento, o había rechazado disciplinas para el tratamiento de esa mortal enfermedad que llamamos pecado? ¿Cuántas veces había perdido la oportunidad de cultivar mi corazón, demasiado lleno de mí mismo, para sentir y recibir la bendición o la sanidad de Dios?
En la cuarta mañana de huelga de desayuno de mi hija, ella seguía durmiendo cuando me marché para un viaje del trabajo. Pero cuando regresé pocos días después, algo había cambiado. Esa noche, yo estaba cortando un poco de sandía, cuando la vi mirando desde mi costado.
“¿Quieres un poco?”, le pregunté.
Ella me miró, y dijo con una amplia sonrisa: “Sí, por favor, papi”.
Hundí el cuchillo en la dulce pulpa de la fruta, y llené un tazón con ella. “Solo para ti”, le dije —cautivado por la sencilla alegría de haber dado algo bueno a un corazón humilde y agradecido.

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