5 oct 2014

Posted by Refrigerio Bíblico | 07:08 | No comments

Una visión diferente de las bienaventuranzas
por John Greco
Las primeras frases del Sermón del monte nos dejan perplejos por su sencillez. Para entenderlas mejor, tenemos que estar dispuestos a examinar su estructura, así como nuestros corazones.

El coliseo romano fue una maravilla de la ingeniería antigua. A esta enorme estructura asistían hasta 55.000 espectadores para presenciar combates de gladiadores, simulacros de batallas navales, cacería de animales y presentaciones dramáticas. La manera como eran creados tales espectáculos no debió de haber sido evidente para el observador común, que no conocía el diseño del edificio, ya que solamente veía lo que tenía lugar en el terreno de la inmensa plaza. Todo habría sido imposible sin el hipogeum —el “subterráneo”. Esta vasta red de pasillos, celdas y rampas por debajo de la plaza albergaba a animales salvajes, utilería, y al ejército de esclavos necesarios para crear toda la variedad de eventos que disfrutaban los romanos.
A veces, la mejor manera para entender un objeto o un concepto —ya se trate de algo grandioso como el coliseo, o de algo diminuto como el ala de una mariposa— es examinarlo desde lejos como un todo. Al mismo tiempo, estudiar de cerca para ver cómo funcionan juntas las complejas partes, puede también ser muy provechoso. Ese es ciertamente el caso de las bienaventuranzas que se encuentran en el Evangelio de Mateo. Para entender lo que realmente se está diciendo por medio de esta lista de bendiciones que sirven de introducción al Sermón del monte, necesitamos mirar la estructura.
Una visión diferente de las bienaventuranzas
Un gran lente angular
Al final del capítulo 4, Mateo nos dice que Jesús estaba “enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia” (Mt 4.23). Y en 9.35 se repite la misma frase. Pero tal repetición no es accidental. Las afirmaciones de Mateo son como sujeta-libros que ayudan a sus lectores a saber cómo entender los capítulos intermedios.
El Sermón del monte ofrece un ejemplo de la enseñanza mencionada en los capítulos 4 y 9 del Evangelio de Mateo; y las narraciones de los milagros que se encuentran en los capítulos 8 y 9 nos dan una perspectiva del ministerio sanador del Señor Jesús. Los relatos de sanidades anuncian que en el reino venidero de Dios no hay dolor, aflicción, tristeza ni muerte. Y la ética de las bienaventuranzas son una proclamación del reino —de cómo deben ser y cómo serán las cosas, porque este reino ya está haciendo su entrada en nuestro mundo.
Un microscopio
Cada una de las bienaventuranzas tiene dos partes: Una declaración de bendición, y una razón para cada bendición. Pero observemos que la primera y la última razón son las mismas: “porque de ellos es el reino de los cielos” (5.3, 10). Al comenzar y cerrar de esa manera las bienaventuranzas, el Señor Jesús está diciendo a sus discípulos que todas estas bendiciones, desde la primera hasta la última, son del reino. Llorar, ser mansos y ser pacificadores, por ejemplo, son estilos de vida bienaventurados, solo si el reino de Dios está viniendo ciertamente. Por eso, también, las promesas de Jesús tienen eficacia solamente en un reino donde Él reine.
Una visión diferente de las bienaventuranzas
Pero hay algo más que distingue a la primera y a la última bienaventuranzas del resto. Mientras que las otras están en tiempo futuro: “recibiránconsolación... recibirán la tierra por heredad... serán saciados...” (vv. 4-6, énfasis añadido), la primera y la última de las bienaventuranzas están en tiempo presente. Dicen: “De ellos es el reino de los cielos” (vv. 3, 10). Aquí, el Señor Jesús está diciendo algo que se insinúa a lo largo de los cuatro Evangelios: Que el reino de Dios ya está aquí, y que no ha llegado todavía. (Véanse Mateo 12.28Lucas 11.2). Es por eso que Él puede expresar la bienaventuranza, aquí y ahora, mientras que habla asimismo de las bendiciones de un reino futuro. Esa es la razón por la que los que lloran, los pacificadores y los que enfrentan persecuciones son bienaventurados: Porque el reino de los cielos ha comenzado a invadir la Tierra. Sin embargo, todavía hay un tiempo para llorar, la necesidad de ser pacificadores, y la amenaza de la persecución, porque el reino no ha llegado todavía en su plenitud.
Una foto panorámica
Por último, para comprender verdaderamente el impacto de las bienaventuranzas, como también de todo el Sermón del monte, debemos prestarle atención tanto al comienzo, como al final de la escena. Hacerlo nos permite ver los dos extremos al mismo tiempo, y adquirir una nueva perspectiva. La escena comienza con Jesús sentado sobre una ladera del monte para instruir a sus discípulos (Mt 5.1, 2). Un relato paralelo deja claro que la enseñanza está dirigida a los Doce (Lc 6.20); sin embargo, Mateo 7.28 dice que “la gente se admiraba de su doctrina”. Parece ser que, mientras Jesús enseñaba a sus seguidores; quienes se encontraban en la periferia estaban maravillados por lo que escuchaban. Como ya hemos visto, el reino de Dios al que se refirió Jesús está al mismo tiempo aquí y aún por venir.
Esta es la naturaleza del reino. Nosotros, quienes amamos al Señor Jesús, vivimos en la luz de este reino, y podemos parecer raros ante los ojos de los observadores. Pero para quienes practican la ética del sermón de Jesús, —quienes son misericordiosos, quienes tienen hambre y sed de justicia, y quienes son puros de corazón— las bienaventuranzas transmiten esperanza a un mundo que la necesita desesperadamente. Es el reto y la promesa de estas breves y grandiosas afirmaciones del Señor Jesucristo, las palabras que tienen el poder de cambiar el curso de la historia.

Una visión diferente de las bienaventuranzas
De la misma manera en la que las personas pueden ser materialmente pobres y tener poco que ofrecer, a no ser su necesidad, las personas que son pobres en espíritu están delante de Dios en total dependencia de Él.
Son aquellos que no tienen nada que presentar, sino sus harapos espirituales; a los que Dios les ha dado su reino abundante. En realidad, todos estamos espiritualmente desnudos, sin ni siquiera esos harapos para llamarlos nuestros. Pero, a todos los que reconocen su gran necesidad, el Señor Jesús les anuncia la inmensa provisión del Padre celestial, tanto aquí como en la eternidad.

Una visión diferente de las bienaventuranzas
En un momento u otro, todos lloramos la muerte de nuestros seres queridos y de las oportunidades perdidas. El lloro que Jesús llama “bienaventurado” incluye estos dolores, pero no se limita a ellos. Después de todo, el sufrimiento de este mundo se extiende profundamente en nuestras almas. Las personas que Jesús llama “bienaventurados” lloran profundamente, tanto por sus pecados personales como por los del mundo. Esto fue lo que impulsó a Jeremías a clamar por la apostasía de Israel, y al publicano a decir: “Dios, sé propicio a mí, pecador” (Lc 18.13). Ese lloro es necesario para el arrepentimiento y la vida eterna en la presencia del “Dios de toda consolación” (2 Co 1.3).

Una visión diferente de las bienaventuranzas
La palabra griega praüs ha sido traducida como “manso” y “humilde”, y también como “gentil”, pero ninguna de estas palabras refleja plenamente lo que Jesús está describiendo. El erudito bíblico W. E. Vine dice que mansedumbre es lo que nos permite esperar en el Señor y “aceptar como buena su manera de actuar con nosotros; por consiguiente, sin discutirla ni resistirla”, tal como hizo Jesús en la cruz. Recordemos que Él pudo haber llamado a legiones de ángeles para evitar su muerte, pero el Salvador “no abrió su boca” (Is 53.7). En esta bienaventuranza puede parecer que Jesús está llamando a sus seguidores a una vida que parece tonta y equivocada, pero quienes viven de esta manera son bienaventurados porque Dios pelea por ellos (Éx 14.14Dt 20.4).

Una visión diferente de las bienaventuranzas
Las primeras tres bienaventuranzas tienen en común una sensación de vacío. Cuando analizamos nuestro interior, nos desprendemos del orgullo espiritual, lloramos por nuestra necesidad y ponemos las luchas en manos de Dios. Pero todo ese desprendimiento nos lleva a tener hambre y sed de justicia.
Todos sabemos lo que se siente cuando alguien se aprovecha de nosotros, pero tener hambre y sed de justicia va más allá de quejarnos contra la maldad. Jesús está hablando de desear fervientemente la justicia por encima de todo lo demás —de esa clase de deseo que no se limita a mirar los pecados de los demás, sino que mira a nuestro propio interior, al corazón. Aunque nuestro mundo está dañado e inclinado a la injusticia, el Señor Jesús promete saciar a quienes tienen hambre y sed, porque Dios, por medio de su reino, está trayendo justicia perfecta a nuestro mundo.

Una visión diferente de las bienaventuranzas
Puesto que la misericordia de Dios no tiene límite —ningún pecado es demasiado grande que no pueda ser perdonado, ninguna deuda demasiado grande que no pueda ser condonada— tampoco debe haber límite para nuestra misericordia. Pero esa generosidad nunca se origina en nosotros. Como dice John Piper: “La misericordia viene de la misericordia. Nuestra misericordia para con los demás viene de la misericordia de Dios para con nosotros”.
Quienes han experimentado tanta compasión están listos y dispuestos a perdonar a los demás, y son bienaventurados por eso. Una vida caracterizada por esta clase de perdón radical, revela un corazón que ama a Dios y que anhela agradarlo.

Una visión diferente de las bienaventuranzas
Jesús comparó en una ocasión a los fariseos con sepulcros blanqueados, que son hermosos por fuera, pero que están llenos de muerte por dentro (Mt 23.27). Los fariseos enfocaban su atención en las señales de pureza exterior —en el lavamiento de las manos, los rituales, y las estrictas reglas del día de reposo— pero Dios quiere que tengamos corazones puros que se derramen en vidas puras. Además, nos promete que llegará el día en que quienes amamos a Jesús estaremos delante del Señor con un corazón puro, y le veremos cara a cara (Ap 22.4).

Una visión diferente de las bienaventuranzas
Los pacificadores que el Señor tiene en mente son aquellos que se preocupan, no solamente por la paz en este mundo, sino también por la serenidad que viene de conocerlo a Él. Con esta bienaventuranza, Jesús no está dando instrucciones en cuanto a cómo llegar a ser un hijo de Dios. En vez de eso, Él dice que ellos serán llamados lo que ya son —hijos e hijas del Rey. “Ustedes ya son hijos. Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo” (Gá 4.6 NVI). Eso significa que su paz nos pertenece. Debemos, por consiguiente, dejar nuestras quejas y nuestras mezquindades, y ofrecer este gran regalo a los demás. Eso es lo que nos permite orar por quienes nos persigan, y a “[estar] en paz con todos los hombres” (Ro 12.18).

Una visión diferente de las bienaventuranzas
El cultivo de las cualidades descritas en las tres primeras bienaventuranzas, lleva al hambre y a la sed mencionadas en la cuarta (vv. 3-6). De manera semejante, la aplicación de la quinta, sexta y séptima bienaventuranzas llevan a la persecución que se encuentra en la octava (vv. 7-10). Al ofrecer misericordia, vivir en pureza y ser pacificadores, el mundo nos rechazará muchas veces, así como rechazó a Cristo.
La promesa de Cristo para los que padecen persecución es la misma dada a los pobres en espíritu en la primera bienaventuranza: “De ellos es el reino de los cielos”. Aunque estas palabras fueron dichas por el Señor Jesucristo al comienzo de su ministerio, Él podía anticipar el día en que sería torturado, escupido y coronado de espinas; el día en que el mundo que vino a salvar, lo crucificaría. Pero lo soportaría todo “por el gozo puesto delante de él” (He 12.2); y con esta promesa pone también el gozo en el corazón de cada uno de sus seguidores.

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