29 oct 2014

Posted by Refrigerio Bíblico | 19:49 | No comments
Preparando el camino para Dios
APRENDAMOS A CRECER MEDIANTE EL EJEMPLO DE JUAN EL BAUTISTA

por Cameron Lawrence

Mi retiro al desierto de Texas me tiene caminando al lado de un río. La vida vegetal y los minerales en su fondo difunden un jade brillante por el resplandor del sol de la mañana. Siluetas de bagres permanecen a la sombra de los árboles, y un par de tortugas nadan en la lenta corriente mientras el agua corre hacia el cañón. Esto me hace pensar en el bautismo —en cómo el Hijo de Dios se metió en un río así y fue cubierto bajo su superficie brillante; en las manos que bajaron su cuerpo y luego lo sacaron; y en las manos de un mensajero clamando en un desierto lejano: "Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado".

Al leer cuidadosamente los evangelios, me doy cuenta de que Juan el Bautista es una figura interesante, pero no fácilmente compatible con el moderno mundo occidental. Sin embargo, a pesar de todo el atractivo de su solitario estilo de vida en el desierto, Juan sigue siendo un enigma. El hombre que, siendo un bebé [aún no nacido], saltó en el vientre de su madre al oír la voz de la embarazada María. Juan, el que al nacer desató la lengua de su mudo padre para que volviera a hablar; el que fue lleno del Espíritu Santo desde el comienzo; el que vivió oculto hasta que comenzó su ministerio público; el profeta que recibió la tarea de preparar el camino al Salvador. ¿Qué podemos pensar de este Juan?

Un puente peatonal de piedras cortadas esparcidas en las aguas poco profundas en el otro lado de la presa me lleva de nuevo a las comodidades del centro de retiro al que he viajado 1.450 km para disfrutarlo. Me dirijo al césped que está frente al dormitorio colectivo, y me relajo en una hamaca que cuelga entre dos árboles. Mientras la brisa dobla sus pequeñas ramas en lo alto, eso me recuerda las palabras de Cristo acerca de su siervo. Después de la decapitación de Juan, el Señor le preguntó a las personas que se habían congregado: "¿Qué salisteis a ver al desierto? ¿Una caña sacudida por el viento?... ¿A un hombre cubierto de vestiduras delicadas? He aquí, los que llevan vestiduras delicadas, en las casas de los reyes están" (Mt 11.7, 8).

Mientras la hamaca se mece levemente y me hundo en ella, tengo la sensación de que mi retiro aquí se parece más al palacio de un rey que al desierto de Juan. Esa corazonada, sospecho, me sirve de ayuda para entender el porqué no me identifico totalmente con Juan el Bautista.

No obstante, como lo reconoce el propio Jesucristo, Juan es una de las figuras más importantes de toda la Biblia. "¿Qué salisteis a ver? ¿A un profeta?", preguntó el Señor. "De cierto os digo: Entre los que nacen de mujer no se ha levantado otro mayor que Juan el Bautista "(vv. 9, 11). Jesús señaló que, en lo que tiene que ver con los profetas del Antiguo Testamento que le precedieron, Juan los superó a todos en importancia.

Las Sagradas Escrituras nos dicen que Juan iba a ser apartado desde su nacimiento; su mismo nombre, que significa "el Señor es misericordioso", le fue dado por Dios. El ángel Gabriel dijo a los padres del futuro profeta que éste no bebería vino o licor, lo que indica que Juan iba a vivir una vida sencilla, privado de las comodidades de que disfrutaban sus contemporáneos de las ciudades.

Algunos eruditos han sugerido que es posible que Juan haya vivido como nazareo, un tipo de asceta judío de la antigüedad que no tomaba licor ni se cortaba el cabello ni la barba, y que observaba otras costumbres austeras. Él lo haría con el objetivo de consagrarse por entero a Dios. La Biblia no dice con certeza si Juan hizo o no ese voto, pero sí indica que su enfoque de la vida era inusual para su época.

La Biblia no dice mucho sobre su vida antes de bautizar al Señor. Pero el evangelio de Mateo nos cuenta que su mensaje era tan convincente que "salía a él Jerusalén, y toda Judea, y toda la provincia de alrededor del Jordán" (Mt 3.5, 6). El texto da la impresión de que muchísimas personas venían a Juan, preguntándose si él era el Mesías. Juan no dudó en negarlo, diciendo de Jesús: "Ni siquiera merezco llevarle las sandalias" (Mt 3.11 NVI), una tarea normalmente asignada a los criados de más baja condición. ¿Cómo llegó Juan a tener tal testimonio, al punto de que podía ser confundido con el Cristo?

Las descripciones populares de Juan lo presentan como una especie de santo desequilibrado, apasionado por Dios. Considerando las normas de su época, no hay duda de que vivía de manera primitiva, y por eso habría parecido por lo menos un poco extraño, como lo eran a veces los profetas de Dios. Pero pensar de Juan solo en estos términos, es perderse el grandioso testimonio de su estilo de vida. Sí, él predicó y preparó el camino del Señor. Sí, Juan pidió cuentas a Herodes Antipas por su relación ilícita con Herodías, muriendo finalmente por causa de la justicia. Pero la base moral de todo esto era su profunda humildad, su verdadera grandeza que se reveló en una sola declaración que debe taladrar nuestros corazones: "Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe" (Jn 3.30).

Es importante reconocer que el ministerio de Juan no era un espectáculo de poca monta o un interludio intrascendente. Antes de su nacimiento, el ángel prometió que sería un gran hombre. Sabemos que su ministerio fue bien recibido e influyente. Según todos los indicios terrenales, Juan estaba en camino al protagonismo y el éxito.

La grandeza prometida a Juan se cumplió, pero no con un ministerio cada vez más próspero y creciente. Cuando sus discípulos vinieron a él angustiados por la creciente influencia de Jesús, diciendo: "El que estaba contigo al otro lado del Jordán, de quien tú diste testimonio, bautiza, y todos vienen a él", Juan respondió con una ilustración sorprendente. Describe la escena de una boda, poniéndose él mismo en segundo plano, apoyando al novio. "El que tiene la esposa, es el esposo", dijo. "Mas el amigo del esposo, que está a su lado y le oye, se goza grandemente de la voz del esposo; así pues, este mi gozo está cumplido" (Jn 3.29). Como un buen padrino de boda, se desvaneció en el trasfondo para que su amigo pudiera recibir la honra.

En esto, Juan ejemplifica el llamado que hace Jesús a todos los que le siguen. Cristo dijo: "Si alguien quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame" (Mt 16.24). A diferencia del joven rico que, por su apego a las cosas terrenales le resultó difícil seguir a Dios sin reservas (Mt 19.16-30), Juan escogió una vida en el desierto, lo que facilitaba su decisión. La austeridad de su existencia fuera de las normas sociales dejó su corazón sin obstáculos para Dios, y sus afectos libres de lealtades irreconciliables.

Para el mundo secular, los caminos de Jesús parecen primitivos. Pensemos en los valores del reino de Dios —el arrepentimiento, el perdón, la humildad, y la mansedumbre, para nombrar unos pocos. A menudo son vistos como ridículos, débiles o ingenuos por una cultura que aprecia mucho el poder y la riqueza. Pero Primera de Pedro 2.11 nos recuerda que vivimos como peregrinos en una tierra extraña. El fruto del Espíritu no se refiere solo a nuestra conducta, sino además a la constitución de nuestro verdadero yo —a quienes somos y a lo que estamos llamados a ser, un pueblo apartado para Dios. Podemos morar ahora en las ciudades de los hombres, pero pertenecemos a la ciudad de Dios.

El Señor dijo que donde esté nuestro tesoro, allí estará también nuestro corazón (Mt 6.21). El asunto es de apego, no de cuánto poseamos. El llamado de la vida cristiana, como lo ejemplifica Juan, es encontrar en ese desierto del corazón —en la abundancia o en la necesidad— un paisaje interior despejado donde Dios puede encontrarse con nosotros sin impedimentos por la presencia de amores de segunda categoría.

Juan es un recordatorio para nosotros de que nuestra vida como cristianos debe ser diferente y quizás un poco peculiar al mundo. ¿Está claro que, aunque es posible que tengamos mucho o poco, nuestro apego es solo a Cristo? ¿Proclaman nuestras vidas la grandeza de Dios, por medio del amor y la honestidad, como lo hizo Juan para las personas de su tiempo? ¿Somos para nuestros prójimos las voces que claman desde el desierto de la tierra de Dios? Que así sea, porque el reino de los cielos se ha acercado.

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