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Buscar la alegría no es un pecado, es una responsabilidad —una que todo cristiano está llamado a cumplir.
por Andrew Wilson
Es un deber cristiano”, dijo C. S. Lewis, “que cada uno sea tan feliz como pueda”. Para algunos, buscar la felicidad es algo sumamente egoísta —el tipo de cosa que los niños y los adolescentes hacen, pero que los adultos descuidan por estar demasiado ocupados. Esto es lamentable, pues la Sagrada Escritura nos dice que nos gocemos en Dios, y nos enseña cómo hacerlo. Existen cuatro excelentes razones para buscar sentir gozo y deleitarse en Dios con todo el corazón. El “gozo” no es una resistencia estoica que se encuentra enterrada bajo un exterior lúgubre, en contraste con la “felicidad”, la cual implica sonreír mucho. Como dice un hermano de mi iglesia, busquemos un gozo que llegue a la cara.
La primera razón es que si usted quiere glorificar a Dios, como debería hacerlo todo cristiano, debe deleitarse en Él. Deleitarse en alguien es la mejor manera de honrar a esa persona. Cuando le digo a mi esposa lo feliz que me hace, no estoy centrado en mí mismo o tratándola como un medio para conseguir un fin, sino elogiándola de la mejor manera posible. Cuando visito a las personas de nuestra iglesia, y me dan las gracias por expresarles lo feliz que me hace visitarlas, nadie dice jamás que soy una persona egoísta por hacer lo que me hace feliz. Lo más honroso que puedo hacer por los demás es encontrarlos deleitables, y especialmente cuando se trata de Dios. Es por eso que la adoración consiste en cantar, una y otra vez, lo feliz que nos hace relacionarnos con Dios, y después decírselo a Él.

La segunda razón es que buscar nuestro gozo en Dios es una manera de experimentar el reino de Dios. Él enseñó que “es como un tesoro escondido en un campo. Cuando un hombre lo descubrió, lo volvió a esconder, y lleno de alegría fue y vendió todo lo que tenía y compró ese campo” (Mt 13.44 NVI, énfasis añadido). Al conocer a Jesús y a su reino nos llenamos de un gozo tan extraordinario que nos volvemos capaces de renunciar a todo lo demás.
La conversión en hijos de Dios nos permite comprender que todas las cosas que tenemos —posesiones, esperanzas y seres queridos— son insignificantes en comparación con el gozo eterno que se encuentra en Jesús. Por eso, lo vendemos todo para tener al Único que nos puede hacer felices por toda la eternidad y bajo cualquier circunstancia.
Y cuando eso sucede, los terneros engordados son servidos, el vino es compartido, y el ruido de la danza se oye a kilómetros de distancia.
En tercer lugar, buscar nuestro sumo gozo en Dios es también nuestra manera de luchar contra el pecado. Esto suena extraño, porque estamos acostumbrados a escuchar términos como “buscadores de placer” y “hedonistas” aplicados a personas que hacen cosas malas. Pero, realmente, el problema es que no buscamos mucho el gozo —es decir, el tipo de gozo que Dios tiene en mente. Jeremías se refirió al rebelde Israel como un pueblo que había abandonado la fuente de agua viva y cavado para sí cisternas rotas de las cuales beber (Jer 2.12, 13). A las personas que hacen eso, según C. S. Lewis, les importa muy poco su propio gozo. Si usted realmente se interesa por su felicidad, no perderá el tiempo con la bebida, el sexo y la codicia, sino que se dedicará al gozo infinito que se encuentra en Dios, así como un niño no se interesará por jugar con tierra en un barrio pobre, si se le ofrece unas vacaciones en el mar. El predicador escocés Thomas Chalmers llamó a esto “el poder expulsivo de un nuevo amor”. El corazón buscará siempre regocijarse en algo que está más allá de sí mismo; por lo que, en vez de tratar de aplastar el deseo, debemos más bien satisfacerlo en Dios.

La cuarta razón es que buscar el gozo fue lo que hizo Jesús, hasta la cruz y después de ella. Uno de los versículos más extraordinarios de la Biblia es Hebreos 12.2, que nos dice que contemplemos a Jesús, “el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios”. La cruz —de muchas maneras, el momento más oscuro de la historia— tuvo lugar porque Jesús estaba persiguiendo el gozo de la redención humana. Unos pocos versículos después, el escritor menciona a Esaú, “que por una sola comida vendió su primogenitura” (v. 16). Jesús canjeó el intenso sufrimiento a corto plazo, por la intensa felicidad a largo plazo. Esaú hizo lo contrario, al canjear la bendición y las promesas de Dios por un plato de lentejas, nada menos. Por consiguiente, el escritor nos exhorta a imitar a Jesús, a considerar qué forma de proceder nos llevará a una mayor felicidad a largo plazo, y a tomarla. No cambie un reino por un plato de comida.
Entonces, hay cuatro buenas razones para que usted persiga su propio gozo en Dios (por no hablar de la quinta, que se nos ordena en Filipenses 4.4). Hacerlo, glorifica a Dios, nos permite experimentar el reino, nos ayuda a luchar contra el pecado, y nos enseña a imitar a Jesús.
C. S. Lewis tenía razón: “Es un deber cristiano que cada uno sea tan feliz como pueda”.
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