Donde está la verdadera acción
La victoria se logra, no en el campo de batalla, sino en el collado de la oración.
por Charles F. Stanley
La victoria se logra, no en el campo de batalla, sino en el collado de la oración.
por Charles F. Stanley
Si algo abunda en el Antiguo Testamento es escenas de batallas. Podemos sentirnos tentados a leer por encima de esos pasajes, pensando que son solamente aburridos registros históricos que no tienen relevancia para nuestra vida hoy. Sin embargo, Dios ha dejado constancia de estos acontecimientos en su Palabra para redargüirnos, corregirnos e instruirnos (2 Ti 3.16). Mediante estos relatos, descubriremos verdades que pueden transformar nuestra vida.
Por ejemplo, pensemos en la guerra entre Israel y los amalecitas, en Éxodo 17.8-16. Esta fue la primera batalla de los israelitas después de que Dios los liberó de la esclavitud en Egipto. Su viaje por el desierto apenas había comenzado cuando los amalecitas comenzaron a atacar a los rezagados en la retaguardia de la caravana (Dt 25.17, 18).
Los israelitas necesitaban ayuda urgentemente porque no se trataba de un combate común y corriente. Los amalecitas eran guerreros experimentados, mientras que los israelitas eran ex esclavos. A pesar de que la victoria parecía imposible, Moisés hizo dos cosas para prepararse. En primer lugar, le dijo a Josué que escogiera hombres para formar un ejército; luego, tomó la vara de Dios y subió con Aarón y Hur a un collado desde donde se divisaba al campo de batalla.
Mientras el combate arreciaba, Moisés tenía levantada la vara. Cuando sus manos estaban levantadas, los israelitas prevalecían, pero cuando los brazos se le cansaban y caían a sus lados, los amalecitas dominaban. Al ver el problema que tenía Moisés, Aarón y Hur lo sentaron sobre una piedra, y ellos se colocaron a uno y otro lado de él para sostener sus brazos. Antes del anochecer, Josué y sus hombres habían aplastado a su enemigo. Al observar su victoria, podemos aprender mucho sobre el poder de la oración.

Esta historia nos enseña cómo ganar las batallas de la vida.
En las circunstancias difíciles, nuestra reacción inmediata puede ser idear un plan y hacer frente a los problemas con nuestras propias fuerzas, en vez de buscar primero al Señor. O tal vez desalentarnos por nuestra incompetencia, y darnos por vencidos, en lugar de descansar en la suficiencia de Dios.
Piense en las luchas que hay en su vida. Quizás esté lidiando con una mala situación económica, física, laboral, académica o de cualquier otra índole que le esté causando estrés y confusión. Sea lo que sea, hay esperanza si desea seguir el ejemplo del trío que alcanzó la victoria por su confianza en Dios.
• Una estrategia exitosa implica librar primero nuestras batallas en privado con Dios. Cuando lo hacemos, Él ataca el problema encargándose primero de nosotros. Y al traer nuestras luchas al Señor, no debemos irrumpir en la sala del trono exigiendo que Él se encargue de nuestra causa; más bien, debemos humillarnos y buscar su sentir. El propósito de Dios es quitar todo lo que nos impida escuchar su voz, y recibir su guía y su poder.
• Debemos creer que para Dios no hay ninguna batalla imposible de ganar. Cuando el Señor habló a Moisés desde la zarza ardiente, pidiéndole que sacara a los israelitas de Egipto, le reveló que su poder milagroso estaría asociado con la vara del pastor (Éx 4.17). A partir de ese momento, cada vez que Moisés extendió su vara, el Señor realizó un acto sobrenatural. Al levantar su vara durante la batalla con los amalecitas, Moisés estaba demostrando su fe en que Dios intervendría a favor de Israel. De igual manera, nuestra fe hoy descansa en la Palabra de Dios: Cada página de la Biblia afirma la verdad de que el Señor hace que todas las cosas obren para nuestro bien (Ro 8.28).
• Cuando ascendemos al collado de la oración, tenemos una mayor comprensión del Señor y de nuestra situación. Porque Dios conoce la mente y el corazón de todas las personas involucradas, ve el conflicto como lo que realmente es, no lo que parece ser. Cuando lo buscamos por medio de su Palabra, Él revela su sentir y nos da la seguridad de que no estamos solos.
Podemos cansarnos durante las batallas de la vida.
Moisés no podía mantener alzadas sus manos en todo momento. ¿Se ha sentido usted así en cuanto a la oración? Después de llevar una y otra vez su petición a Dios y no ver resultados, es posible que se haya preguntado para qué seguir orando. Hace mucho tiempo descubrí que la oración, a veces, es como un túnel en el que por mucho tiempo no se ve que se estuviera avanzando. Pero usted se mantiene orando, agradeciendo y alabando a Dios, y confiando en que Él intervendrá a su manera y en el momento oportuno.

Los compañeros de oración son una gran ayuda.
Cuando las fuerzas de Moisés le fallaban, Aarón y Hur lo sostenían. Nadie puede ser fuerte todo el tiempo; nos necesitamos unos a otros, tanto para dar como para recibir ayuda. Los compañeros de oración nos levantan, fortalecen y brindan la fuerza que nos falta. Y mejor aun, el poder de Dios se libera cuando dos o tres se reúnen en el nombre de Jesús para buscar juntos su voluntad (Mt 18.20).
He experimentado personalmente el estímulo de los compañeros de oración. En medio de situaciones difíciles, esos hermanos en Cristo han puesto mi carga sobres sus hombros, y me han ayudado a soportarla. Su apoyo aumentó mi fe y me dio esperanza. Así es como Dios quiere que libremos nuestras batallas —unidos en Cristo como un cordón de tres dobleces que no se rompe fácilmente (Ec 4.12).
¿Tiene usted esta clase de relación con otros creyentes? La única manera de cultivarla es por medio de la honestidad y la vulnerabilidad mutuas. Tenemos que quitarnos las máscaras, dejar de fingir, y dejar que los demás nos vean como realmente somos. Si nos convertimos en intercesores comprometidos y fieles, de los unos por los otros, nos volveremos más fuertes en la batalla, nuestra fe aumentará, y seremos más como Cristo.
Nuestra dependencia de Dios enseña a los demás a confiar en Él.
El Señor le dijo a Moisés que dejara constancia escrita de este acontecimiento, y que se lo repitiera a Josué. Como el comandante militar que un día conquistaría la tierra prometida, Josué necesitaba saber que las batallas se ganan, no con ejércitos poderosos, sino con el poder divino que Dios decide liberar cuando sus hijos están consagrados a Él y son obedientes. Asimismo, la generación siguiente, puede aprender de nuestro ejemplo.
A veces, en el fragor de las batallas de la vida, llegamos a estar tan desesperados por encontrar la solución, que sentarse a solas con Dios en el collado de la oración parece improductivo. Nos preguntamos cómo va cambiar la situación si no actuamos de inmediato. En esos momentos, recuerde la batalla con los amalecitas. Siga adelante, ascienda a esa colina —y tome a un par de amigos fieles con usted. Luego, con fe, persevere en la oración y vea al Señor hacer maravillas.
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