Trabajar por toda la eternidad
La bendición y la recompensa de un trabajo bien hecho
por Linda Canup
Para algunas personas, la idea de “trabajar por toda la eternidad” suena más como un tormento eterno que una bendición. Ya sea en una oficina, en un sitio de trabajo, o en casa, nos encontramos a menudo cargados con más trabajo del que podemos manejar. Las relaciones con los compañeros de trabajo pueden estresarnos, y las largas horas en la oficina afectan negativamente a nuestras familias y nuestra vida social. Sin mencionar que no siempre parece que recibimos el reconocimiento que merecemos.
Como dijo el sabio autor de Eclesiastés: “Porque ¿qué tiene el hombre de todo su trabajo, y de la fatiga de su corazón, con que se afana debajo del sol? Porque todos sus días no son sino dolores, y sus trabajos molestias; aun de noche su corazón no reposa. Esto también es vanidad” (2.22, 23).
¿Cómo es posible que esto —o lo que habrá de venir (Is 65.17-23)— pueda ser parte del plan eterno y divino de Dios?
Para comenzar, debemos reconocer cuatro aspectos diferentes del trabajo. Al primero lo llamaremos el “trabajo perfecto”. Contiene la idea de que Dios hizo al hombre a su imagen, con la capacidad de crear, y también de utilizar la provisión divina para mantener la vida (Gé 2.15). Es por eso que anhelamos utilizar los dones y talentos que Él nos da, y la razón por lo que eso es placentero, es que recibimos la aprobación de Dios cuando lo hacemos (Mt 25.23). El trabajo perfecto crea, edifica y capacita.
Los otros tres aspectos entran dentro de lo que podríamos llamar el “trabajo maldecido”, o trabajo agobiante —una forma degradada de trabajo por causa del pecado. Por la desobediencia de Adán y Eva, tanto el trabajo requerido para sostener a una familia, como el trabajo para sustentar la vida, fueron maldecidos (Gé 3.17-19). Es por eso que estas responsabilidades nos parecen a menudo más extenuantes que estimulantes.
También es importante tener en cuenta que todavía luchamos con “la carne”. Esto significa que tenemos que batallar con la envidia, el orgullo, la avaricia, el robo, etc. El pecado crea problemas que nos agotan, que nos tientan, y que detienen nuestro progreso, como una mala hierba tratando de ahogar nuestra vida y nuestros anhelos.
Pero sería un error pensar que la “maldición” de nuestros esfuerzos depende solo de la falta de sabiduría humana o de las artimañas del diablo. A veces, Dios hace el trabajo difícil con un propósito. Pensemos en la historia de la Torre de Babel. En algún momento, entre Noé y Abram, las personas decidieron usar su talento colectivo para construir una edificación que llegara hasta el cielo, con el fin de hacerse un nombre para sí mismas. Por su arrogancia, Dios deliberadamente las confundió creando diferentes idiomas del único que tenían, para que no pudieran trabajar juntas (Gn 11.1-9).
¿Siente, algunas veces, que usted y sus compañeros de trabajo no llegan a ningún acuerdo? ¿Qué hay de usted y sus hijos, o de su cónyuge? Así como lo hizo en Babel, Dios puede usar el trabajo para captar nuestra atención. “Trabajo maldecido” no significa “trabajo malo” o “trabajo condenado a la ruina”. Puede significar simplemente que el Señor está utilizando la dificultad de nuestro agobiante trabajo con el fin de realinearnos con su voluntad y sus propósitos, probar nuestra fe, y santificarnos.
Dios lo deja muy claro. Todo lo que llevamos a cabo es posible solo porque Él lo permite. No podemos ganar por nosotros mismos la entrada al cielo y las recompensas eternas —obsequios de reconocimiento por nuestra obediencia y fidelidad.
Aunque no sabemos mucho acerca de estas recompensas futuras, sí sabemos que es posible “hacer tesoros en el cielo” (Lc 12.33, 34). Además, es posible acumular reconocimientos del Señor con el uso de nuestros dones y talentos (Lc 19.17).
Esto es parte de la vida abundante que nos dio Cristo; nuestro trabajo en la tierra será redimido y tendrá propósito eterno. En el Señor, nuestro trabajo ya no es en vano, sino que contribuye a la edificación de su reino y a la revelación de su gloria.
El sacrificio de Cristo nos permite esperar con ilusión el día en que podremos descansar del trabajo maldecido y aceptar con entusiasmo un trabajo perfecto para siempre. Isaías habla de la nueva tierra donde la humanidad pasará la eternidad: “Construirán casas y las habitarán; plantarán viñas y comerán de su fruto. Ya no construirán casas para que otros las habiten, ni plantarán viñas para que otros coman… mis escogidos disfrutarán de las obras de sus manos” (Is 21-23 NVI).
La buena noticia es que no tenemos que trabajar en vano. Podemos trabajar para la eternidad, ahora mismo.
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