EL CIELO NUEVO Y LA TIERRA NUEVA
Por: Dr. Félix Muñoz
A. EL CIELO NUEVO Y LA TIERRA NUEVA
Después del juicio del gran trono blanco y de la destrucción del primer cielo y la primera tierra, Juan escribe en Apocalipsis 21:1: «Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más.» El cielo nuevo no se describe, y todo lo que se dice acerca de la nueva tierra es: «el mar no existía ya más» (Ap. 21:1). El extraño silencio de las Escrituras sobre la apariencia de la tierra nueva y del cielo nuevo no se explica en ninguna parte. En cambio nuestra atención es dirigida hacia la ciudad santa, la nueva Jerusalén.
B. LA DESCRIPCION GENERAL DE LA NUEVA JERUSALEN
Juan escribió su visión en estas palabras: «Yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido» (Ap. 21: 2). El problema inmediato que enfrentan todos los intérpretes es el significado de lo que Juan vio. Si uno acepta la declaración tal como la expresa, Juan vio una ciudad santa llamada nueva Jerusalén, en contraste con la vieja Jerusalén terrenal que había sido destruida cuando la tierra fue arrasada. Se dice que la ciudad desciende del «cielo, de Dios». Es significativo que no se diga que la ciudad fue creada, y aparentemente existía durante el período previo del reino milenial, posiblemente como una ciudad satélite sobre la tierra; como tal, pudiera haber sido el hogar milenial de los santos resucitados y arrebatados. Por la descripción de la tierra milenial se ve claramente que no había sobre la tierra ninguna ciudad como la nueva Jerusalén durante el milenio. Algunos creen que Cristo se refería a la nueva Jerusalén cuando dijo en Juan 14:2: «voy, pues, a preparar lugar para vosotros». Aquí en Apocalipsis se ve a la nueva Jerusalén descendiendo del cielo y ciertamente con el destino de posarse sobre la nueva tierra.
Juan, además, describe la ciudad como «una esposa ataviada para su marido». Sin embargo, como lo muestran revelaciones posteriores, la nueva Jerusalén incluye santos de todas las dispensaciones, y es, por lo tanto, preferible considerar ésta como una frase descriptiva y no como una referencia típica. La nueva Jerusalén es hermosa, como la novia ataviada para su marido es hermosa. Consecuentemente, aunque la ciudad es literal, su hermosura es la de una novia.
Aun cuando comparativamente pocos pasajes de la Biblia tratan el tema del nuevo cielo y la nueva tierra, no es en Apocalipsis donde esta verdad aparece por primera vez. En Isaías 65:17 Dios anunció: «Porque he aquí que yo crearé nuevos cielos y nueva tierra; y de lo primero no habrá memoria, ni más vendrá al pensamiento.» Este versículo ocurre en el contexto de la tierra milenial y algunos piensan que se está refiriendo a una Jerusalén renovada que habrá durante el milenio. Sin embargo, sería preferible considerarla como una referencia a la nueva Jerusalén que estará en la tierra
nueva que se ve en el trasfondo, mientras la Jerusalén renovada en el milenio se ve en el primer plano, como en Isaías 65:18.
Otra referencia se encuentra en Isaías 66:22, donde afirma: «Porque como los cielos nuevos y la tierra nueva que yo hago permanecerán delante de mí, dice Jehová, así permanecerá vuestra simiente y vuestro nombre.» Mientras la Jerusalén terrenal será destruida al final del milenio, la nueva Jerusalén permanecerá para siempre así como la simiente de Israel permanecerá para siempre.
En 2 Pedro 3:13 se hace otra predicción de nuevos cielos y nueva tierra, caracterizados como lugares donde morará la justicia. En consecuencia, se puede concluir que a través de las Escrituras se consideran el cielo nuevo y la tierra nueva como la meta final de la historia y como el lugar final de reposo de los santos.
Habiendo introducido el nuevo cielo y la tierra nueva y la nueva Jerusalén, Juan procede a describir sus características principales en Apocalipsis 21:3-8. Allí Dios habitará con los hombres y será su Dios. El llanto, la muerte y el dolor serán abolidos, como Juan afirma, «porque las primeras cosas pasaron» (y. 4). Esto es confirmado en el versículo 5 por la afirmación: «He aquí yo hago nuevas todas las cosas.»
En la nueva Jerusalén, Cristo, como el Alfa y la Omega, promete: «Al que tuviere sed, yo le daré gratuitamente de la fuente del agua de la vida. El que venciere heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo» (v. 6-7). Por contraste, los inconversos descritos por sus obras y por la falta de fe «tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda» (v. 8). En contraste con la primera muerte, que es física y espiritual, la muerte segunda es separación eterna de Dios.
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